Sin duda las dinámicas de la inseguridad yacen en un mundo de cambios acuciosos, donde la velocidad y complejidad de los cambios se reflejan en el carácter cambiante del desarrollo de la propia sociedad basada invariablemente en temas de orden mundial que sienta sus bases en la economía y esta como motor inseparable del delito y los temas recurrentes al mismo, de tal suerte que la mirada y sobre todo las acciones tendrán que darse en el tenor de la construcción adecuada de una seguridad ciudadana que esté orientada al desarrollo humano siendo este el camino más asequible que instituciones y sociedad tendremos que construir.
Cuando contemplamos los datos estadísticos inmediatos del delito y la violencia y observar lo que subyace en la vida cotidiana y el control social, como los procesos de circulación de bienes y personas, la dinámica de los hogares, la ecología del urbanismo, las condiciones del mercado económico y laboral, el poder de las organizaciones dedicadas al crimen, se vuelve irrebatible que el Estado este comprometido a una conversión de su actuación dados los tiempos que se basan en muchas dinámicas de anomias que sin duda tendrán que revertirse. Por lo anterior se deberá transitar hacia una visión más integral del problema de inseguridad con un énfasis en la necesidad de prevención, no solo de la delincuencia sino de la violencia en sus manifestaciones más específicas como la de género, la familiar, la escolar, la laboral y la social, solo por mencionar algunas, por ello una de las problemáticas más relevantes es que la actuación de las instituciones y sociedad sean en conjunto, pues la participación activa y funcional de la ciudadanía permite democratizar, complementar y sobre todo vigilar el buen actuar de las instituciones públicas y juntos enfocarse en la instauración de una seguridad ciudadana que propicie el desarrollo humano.
La seguridad ciudadana se centra en el bienestar de las personas y asume la necesidad del respeto irrestricto de sus derechos humanos, además que cuente con vías adecuadas para su exigibilidad, y bajo esta premisa no basta reducir la incidencia del delito y la violencia, sino que se hace necesaria una implementación criminológica que asuma estrategias integrales centradas en la mejora de la calidad de vida de la sociedad, así como la acción comunitaria para la prevención de la inseguridad con una accesibilidad a la justicia pronta y expedita, una educación basada en valores de convivencia pacífica, el respeto al imperio de la ley, una prevalencia de la tolerancia entre unos y otros que este encaminada a la construcción de una cohesión social adecuada en la que se privilegie el bien común de todas y todos. Y que en consonancia con lo anterior y desde la perspectiva del desarrollo humano, la seguridad ciudadana debe entenderse como la planeación, organización y ejecución de políticas públicas integrales y participativas de distinta índole, cuyo fin no sea solo la disminución del delito y la violencia, sino el de contribuir a la creación y fortalecimiento tanto de la sociedad como de instituciones más efectivas y sostenibles para el desarrollo humano.
Sin duda es impostergable que el desarrollo humano se inserte en el entramado social a través de una gobernabilidad más democrática, con una sostenibilidad ambiental adecuada, así como la previsión y resolución de conflictos con miras a una justicia cívica idónea, que nos dé como resultante la construcción de una sociedad más justa e incluyente, y tal como lo asentamos líneas atrás para lograrlo tendrá que ponerse en el centro del interés público a las personas, pues es indispensable migrar de una visión tradicional de seguridad publica hacia una seguridad ciudadana con un énfasis en el desarrollo humano que atienda la salud pública que por momentos pareciera estar en un resfriado con síntomas de influenza tirándole a COVID.