MANUEL IBARRA SANTOS.

 

 

​ La fenomenología de la soberbia distingue entre ellas a varias en su tipo, pero la de mayor perversión (-por su impacto degenerativo y devastación colectiva-) es sin duda, la soberbia de origen político, que inocula y contamina de miserias a la sociedad.

El hombre moderno – decía Maritain – lleva consigo el pecado de la soberbia, esa pasión desenfrenada por uno mismo, que todo lo pervierte, lo condiciona y destruye. Es idolatría narcisista que busca sustituir igualmente  a la democracia y a la ley, en ocasiones también a Dios, por los impulsos personales de un solo individuo, hombre o mujer. 

Es cierto, la soberbia ha llevado al ser humano al mundo de la fatalidad y la  irracionalidad, pero también, lo ha encumbrado en las cimas más excelsas del éxito, a la dimensión del superhombre (-como lo predijera Nietzsche-), por  mediación del uso del poder.

​​Sin embargo, la soberbia política ( cuyo significado etimológico se traduce como implicación de superioridad, “ser sobre” o “estar encima”),  frecuentemente degenera en intolerancia y mesianismo. Muchas veces en las dos juntas. En esto parecen coincidir por separado, en sus respectivos tiempos Descartes, Kant y Rouseau, al  analizar las características propias del hombre moderno.

​La soberbia política exalta y parece rescatar la afirmación del arte de gobernar a través de la negación ( porque aquí el único capaz es el gobernante/ monarca y no la sociedad ), como también lo sentencian Ives Roucaute y Denis Jambar en su obra “Elogio a la Traición”, en la que dirigen una fuerte crítica al pragmatismo y a la forma de gobernar sin valores, porque al parecer - sin equivoco alguno-, es lo que caracteriza en la actualidad a la izquierda y a la derecha.

​​Lo que si es evidente, para bien o para mal, es que la soberbia es parte de nuestra vida cotidiana; esa altivez inexplicable adquiere formas distintas que se van entrelazando, en el perpetuo peregrinar de la condición humana, sobre todo en las miserias recicladas por el poder.

​¿Se puede concebir y pensar al individuo y a la sociedad al margen de la soberbia? A lo mejor sí, pero es difícil, categórica y humanamente imposible. En ocasiones se convierte en el principio de las cosas, pero también en patología que lo pervierte todo y en tumor que conmina el aire como lo señalara Guilles Delluze.

​Por eso, resulta una obviedad que la historia, como huella del ser humano en el tiempo, nos adentrará, siempre, a conocer el significado de la soberbia a través de sus actores.

 

​Disraeli, genio de la política británica, dijo en alguna ocasión que si deseaba leer un buen libro, lo escribía. Su intelecto superior, nunca pudo dominar las fuerzas subterráneas del complejo de provenir de un hogar sin linaje. Disraeli dominó toda la época victoriana con su verbo refulgente y su altivez.

​Charles Degaulle siempre será para Francia el icono de la lucha por la libertad. Tuvo él la perseverancia e insistencia que sólo se otorga a espíritus superiores. Su fe en el destino  de Francia era mesiánica y su determinación por lograr la expulsión de los nazis de su territorio fue providencial. Degaulle, en alguna ocasión, haciendo gala de su soterrada soberbia que ataca a todo ser humano, dijo:  “cuando quiero saber algo de Francia, me pregunto a mi mismo”.

​Pero la soberbia también  tiene rasgos totalitarios y ello se expresa en la conducta de los sátrapas  y muchos otros gobernantes.

​Pinochet,  héroe de la crueldad, algún día dijo que la democracia no era necesaria y que ella sólo producía entuertos sin resolver. Pinochet almacenó por años todo el odio y resentimiento que tenía contra las ideas y estableció una institucionalidad que se movía al paso de sus deseos.

​Anastasio Somoza Debayle, el último eslabón de una familia de dictadores, en la etapa final de su gobierno, cuando sus colaboradores lo pusieron en contacto con la literatura de  Cervantes Saavedra, ordenó a un  batallón de su ejército que se trasladara a España y que no retornara si no lo hacían en compañía de El Quijote. Entonces, el general, queriendo erróneamente  justificarse,  enteró al presidente Somoza:”Pero señor, El Quijote hace años que murió”. “Pues no vuelvan si no lo hacen con su ataúd y su cuerpo”, replicó. La soberbia, como aquí, en muchas ocasiones se convierte en careta de ignorancia y desciende al cieno de la estupidez.

​Por esto y otros ejemplos similarmente ilustrativos, hay quienes sostienen que la soberbia es una forma particular de discapacidad que suele afectar lo mismo a gobernantes, directivos, funcionarios y a seres humanos de todos los niveles sociales.

​Pero entonces:¿ cuál podrá ser el principal antídoto  contra la soberbia política de los gobernantes? Existen dos respuestas fundamentales, apelando a la interpretación de los clásicos: 1) respeto a la Ley y una auténtica cultura a favor de la legalidad; y 2) la existencia de un ciudadano efectivo que, en consecuencia, haga respetar sus derechos fundamentales. Y por que no pensar en una nueva moralidad pública, menos corruptible, también.


 
 

POST GALLERY