A propósito de los actos de violencia policial que tuvieron lugar la semana pasada en contra de un joven que es repartidor de plataforma, e hijo del periodista Luis Chávez González, acontecimientos que por supuesto reprobamos y rechazamos cualquier acto de violencia en contra de los ciudadanos e igual lo hemos asentado cuando la violencia es hacia la autoridad, pero para el caso que nos ocupa dichos hechos destaparon una realidad de la cotidianidad social que en muchas ocasiones no es denunciada por varias razones como el temor a la represalia o bien a no ser escuchados, y que al final del día en muy pocas ocasiones se resuelven a favor de las víctimas, sin duda un tema cultural que ha existido desde tiempos del viejo régimen político en nuestro país y que venimos arrastrando esas prácticas indeseables, y en esos avatares de la historia hay mucho que contar y que solo por recordar un poco habrá que referirse a la extinta dirección federal de seguridad pública esa historia nos reza que su actuación no fue muy propia que digamos, y que decir de aquel personaje de nombre Arturo Durazo Moreno, que se proclamó general de división a pesar de su inexistente carrera castrense y por supuesto nula preparación y claro está la falta de solvencia moral y profesional para ostentar un grado que no se obtiene de la noche a la mañana, tales son las historias de este oscuro personaje que por las historias de la vida real que se ventilaron al respecto como su enriquecimiento grotesco, además de aquel acontecimiento que cimbro a nuestro país como fue la masacre en el rio tula en el periodo de funciones del Negro Durazo, entre otras tantas historias más de abuso del poder, y en épocas más recientes de ese viejo sistema político el tema de abuso policial de san Salvador Atenco en el estado de México, entre otras tantas historias.

En este sentido encontramos estudios como el de los académicos Arturo Alvarado y Carlos Silva quienes conciben que “por abuso policial es un término general que pude abarcar distintas formas de mal comportamiento por parte de agentes policiales, desde su relación con el uso excesivo o brutal de la fuerza física en la realización de un arresto, detenciones arbitrarias, prácticas discriminatorias, detener o revisar a ciertos sujetos o grupos sociales por sus características raciales, étnicas, sexuales, políticas, de clase, o distintas formas de extorsión, corrupción e impunidad. El abuso no tiene que implicar el uso real de la fuerza, pues también se considera la amenaza, por lo que esta acción comprende mediante conductas verbales, físicas y gestuales que intimidan psicológicamente. La historia nos señala que el ejercicio de la violencia física ilegitima es un problema persistente de la mayoría de las fuerzas coercitivas del estado en particular y para el caso que nos ocupa de las policiales, estas conductas encuentran un contexto favorable para su sedimentación y fortaleza si es parte de una cultura policial y de prácticas políticas propias de regímenes autoritarios, aunque igualmente habrá que asentarlo es una realidad que no escapa a los sistemas democráticos más allá del abuso sobre el “opositor” al “delincuente” luego de los procesos de transición democrática, se trata de un problema de magnitudes considerables por la misma gravedad de problema, el abuso policial es un fenómeno complejo que obedece a factores de diferentes niveles, pues comprende formas tradicionales de efectuar el trabajo policial ajenas a principios democráticos en los que la aplicación de la ley y el control es visto como una capacidad “natural” de su trabajo que incluye prácticas de extorsión a la ciudadanía y que también dependen de factores culturales de la propia organización policial y estos factores culturales por supuesto que no son ajenos a la propia sociedad que es quien establece pautas morales sobre quien merece ser castigado”.

E igualmente asientan que estas prácticas abusivas se presentan como una resultante sistemática de la forma que asume el trabajo policial, más allá de las quejas que presenta la población o de su propia percepción como un abuso, pues los patrones de relación y de control, así como las prácticas abusivas de los cuerpos policiales han sido un componente de las relaciones entre el Estado y la población, tanto en lo individual como en lo colectivo. La labor policial pudiera parecer una actividad complicada de supervisar pues las conductas pudieran a simple vista ser difíciles de supervisar y controlar, sedimentadas estas conductas ante la falta de instancias de participación ciudadana y la debilidad del monitoreo interno y externo de la actuación policial dentro de sus mismas estructuras orgánicas y por supuesto que las instancias ciudadanas como los llamados consejos ciudadano y consejos de honor aun y cuando tienen que realizar esta actividad de supervisión y control de dichas conductas policiales, simple y sencillamente no toman el papel en su justa dimensión aun y cuando dichos canales institucionales para escuchar y atender demandas y solicitudes de la ciudadanía existen pero la propia sociedad no tiene la confianza de poner sus denuncia ante el abuso policial.

De lo anterior y dentro del ideario de la sociedad está presente que como en toda actividad humana existen tanto los malos como los buenos elementos policiales, es decir de estos últimos las personas que enmarcan su actuar en buenas prácticas de gestión policial orientados en la profesionalización actualizados y certificados en derechos humanos, manejo de emociones, atención a víctimas, comunicación asertiva, técnicas de entrevista, intervención en crisis, además de la proximidad social adecuada con la ciudadanía, aspectos que deben ser orientados a que al policía se le respete y se le tenga confianza no por ende sino por ser fiel interprete y aplicador de la ley, además de ser el protector de la sociedad, y no que con sus actos de abuso se haga respetar por el temor y la falta de confianza.


 
 

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