La abogacía, la profesión que han decidido seguir miles de mujeres y hombres en nuestro país, nuestra profesión, requiere de un constante ejercicio de la virtud, de entrega total al servicio de las más nobles causas o propósitos, de noches insomnes, de estudios fatigosos que ponen en segundo término las reuniones sociales/ el que es juzgador primero está el caso a resolver, y resolverlo bien, conforme a los principios del debido proceso, respetando los derechos humanos de todos, fundando y motivando la decisión/ si se es litigante, primero están los intereses del cliente. En los años venideros nuestra profesión será una de las piezas angulares de la recuperación del tejido social, ya que esto sólo será posible en un auténtico “Estado Constitucional de Derecho, Democrático de estricta legalidad”. Hoy quiero dar testimonio de mi profunda fe en el triunfo del estado de derecho y respecto a los derechos humanos de todas y de todos, tengo fe de que el tejido social en los próximos lustros se recupere, y en ello las y los abogados deben aportar todos sus esfuerzos, tenemos un altísimo compromiso con la sociedad.

Eduardo Couture Etcheverry, señaló que la abogacía puede ser “la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”, sin embargo, hay quienes ejercen la abogacía con vileza, lo cual ha dado lugar a que sea objeto de burlas, sátiras y críticas, de allí las ya conocidas maldiciones gitanas: “Entre abogados te veas” y otras tantas. Venturosamente, como contrapartida de esas maldiciones, los que la ejercen con la limpieza de su conducta la hacen respetar como merece. Ya en la antigua Atenas se llamó a los abogados “Consejeros de los Reyes”; en Roma “Sacerdotes y Profetas de la Justicia”; Alfonso “El Sabio” Llamó a los jueces “Omes justos”; Lope de Vega se refirió a los abogados como “Insignes por sus escritos”; y en la España Imperial los abogados fueron considerados “Caballeros”. Con gran elegancia Eduardo Couture define la abogacía como “Una ardua fatiga puesta al servicio de la justicia”. Es publico y notorio que en las ciudades de México, en todo el país, se ha vuelto común la comisión de delitos de alto impacto y de gran daño social, todos los días hay homicidios, robos, asaltos en los caminos, feminicidios, corrupción de funcionarios públicos, personas que están dispuestas a sobornar por un beneficio personal; la falta de respeto a todo principio de autoridad, en desprecio absoluto de las leyes y reglamentos, es un acontecer diario. Todo esto y más es el impresionante panorama de nuestra sociedad, de lo que ocurre en nuestras comunidades y ciudades, es la forma en que se manifiesta el cáncer social; pero  el fondo de toda esta nube que ensombrece nuestro futuro, pienso que existe una falta de valores morales.

A todos los abogados se nos dice que debe respetarse el derecho; que debe prevalecer la norma jurídica y el respeto a los derechos humanos y aplicarse la justicia en cumplimiento de un conjunto de normas que estructuran el derecho positivo. Pero hay algo más profundo, algo básico y fundamental, que es el contenido de valorativo de las normas jurídicas, ese sentimiento que nace de la conciencia humana y que se plasma en la norma jurídica para que los integrantes de la sociedad ajusten su conducta a ellas. Si esto es así, la moral y el derecho deben coexistir lógicamente. Toda norma jurídica recta y eficaz se fundamenta en un contenido valorativo. De ahí que las leyes deban estudiarse, planearse, iniciarse, promulgarse y expedirse bajo los más auténticos principios valorativos para alcanzar el bien supremo de la Justicia. Pero. ¿Quiénes debemos aplicar y ajustarnos a estos principios? La pregunta sugiere la respuesta: Todos los habitantes (mexicanos o extranjeros) que se encuentren en territorio nacional, no sólo las autoridades. Pero de entre todos los ciudadanos y todas las autoridades que tenemos la obligación y el deber de vigilar que se cumplan, se apliquen, y de velar porque todos se ajusten a los principios rectores señalados, destacamos, por razones obvias, LOS ABOGADOS Y LAS ABOGADAS, pues nuestra actividad es precisamente realizar la justicia por medio del derecho.

El derecho persigue muchos fines, todos ellos estrechamente vinculados: La justicia, el orden, la seguridad, la libertad, la paz, la convivencia armónica, etc. Sin orden y sin seguridad, una sociedad no puede existir y desenvolverse; pero un orden que no se fundamente en el derecho y que no sea justo, conduce a un desorden moral; y una seguridad fundada en la arbitrariedad es violencia son justicia. El derecho no es un fin en sí mismo. Es el medio para realizar la justicia. De ahí que , cuando surja un conflicto entre el derecho y la justicia, el abogado debe luchar por la justicia; y que cuando la ley le parezca injusta debe procurar su modificación para hacer del derecho un instrumento de cambio, de superación, y claro está, de justicia. Couture resume todo esto brillantemente en su 8º mandamiento, cuando dice: “Ten fe en el derecho como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como destino moral del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz.”.


 
 

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